viernes, 20 de agosto de 2010

Nada más que su voz



A Ricardo Alarcón,
por ayudarme a crear sueños, a dibujar palabras.

No puedo cerrar los ojos sin dejar de oír su voz. Una voz profunda, alegre, con energía. Una voz sincera, íntima, cercana. Sería fácil decir una voz con vocablos en latín, sería difícil obviarlo. Una voz que, cada vez que cierro los ojos, me sigue emocionando. Quizás no quiero recordar nada más, quizás aquello que articula mi pensamiento cuando cierro los ojos no deja ir más allá, a su figura. No deja acudir a su entusiasmo, a su energía sin límites, a sus bromas, a sus miles de proyectos, a su amor a la familia, al instituto, a Hostelería, a los alumnos…, quizás tengo un resorte emocional que se ha saturado y no deja visualizar sus abrazos, sus apretones de mano, sus ojos vivaces, su sonrisa.
Nada más que su voz, hablándome, desde la lluvia y el mar, pidiéndome que le explicara Segóbriga, en un viaje que ya nunca podremos hacer juntos, pero que tanto representamos en la mesa de jefatura.
Nada más que su voz, hablándome, desde el cielo y el graderío del Teatro, empujándome al regreso a la arqueología, ayudándome con la mitología y sus lecciones de vida, en un magisterio del que tanto aprendí y del que a todos nos deja huérfano.
Nada más que su voz, animándome, desde el sol y la tierra de La Ñora, para que organizáramos una comida, un baile, una romería a Fray Luís de Granada o una recogida de olivas.
Nada más que su voz, comprensiva y afable, dando su apoyo ante los problemas de la vida, proponiendo sueños y proyectos de futuro, minimizando dolores.
Nada más que su voz, serena y tranquila, desde el silencio de un móvil, para dar las gracias por estar ahí, por el velón que apenas pudo hacer nada, por el abrazo en la distancia.

Desde hace un tiempo no puedo cerrar los ojos sin dejar de ver un aula vacía, ausente, una pizarra sin palabras, una espada sin dueño. Y la vida me parece un poco más triste.
Pero aún sigo oyendo su voz, que dice adelante, camina, llega al aula y sonríe, de vuelta a la pizarra, con los ojos brillantes y llenos de ilusión. Que pide que explique, enseñe, en clase y en la vida, porque desde el cielo, y desde el mar, siempre habrá palabras que te suban a una nube cuando los demás bajen o te hagan bajar.

Quizás, dentro de unos años, podré cerrar los ojos y sentir nada más que una voz, que, en latín o en castellano, me trace un sendero. Da igual que transcurra bajo la lluvia, o bajo el sol, no tengo duda de que me llevará a buen puerto.