lunes, 30 de noviembre de 2009

"Fue que no te dije"



Fue que no te lo dije para no decírtelo todo

Fue entonces que el todo me asusta y me desnuda
y me fracasa, ahogado de tes y quieros,
que se me enroscan en los acentos de la garganta.

Fue que no te lo dije para que todo quedara en eso
Y en este no confundir las palabras ni los silencios,
Ni tus labios con los míos ni tus besos con los míos
-aunque sean uno y eternamente uno-

No te lo dije porque me quedé sin aliento
De tanto quererte y desearte navegando por las olas mías.

Fue que no te lo dije porque me enfrasqué de miedos
En monólogos boomerang que salen y vuelven a mí
Y me destrozan por negros la cara oculta de la luna.

No te lo dije aunque pensara hacerlo, susurrado,
A media voz, por entre las rendijas de tu pelo, a tu oído,
Casi rozándote con mis labios y acariciándote casi

Con cada una de las letras que tantas letras merecen.
Fue que no te lo dije, lo sé, y fue que ansíaba por decírtelo,
Cansarme por decírtelo, alegrarme por decírtelo,
Morirme por decírtelo, para sangrar y morir y ser felices
Al decir Te Quiero yo y escuchármelo tú.


Julio Mullero
(Y yo, te lo digo, seré el mar)

Tantas veces, demasiadas, he ahogado las palabras antes de decirlas, he perdido (o eso he fantaseado) tantas vivencias por hacerlo, que alguna vez he de aprender a decir lo que siento sin corsés ni recelos. Dejar atrás el silencio.



domingo, 29 de noviembre de 2009

Unas palabras

No había vuelto a recordar esas palabras desde hace años. Sin embargo lo hice en septiembre cuando entré por primera vez en el Isaac Peral. Ese día tuve conciencia de que había pasado mucho tiempo, quizás demasiado. Hay palabras que para mí siempre van acompañadas de algo más: sentimiento, imágenes, olores, esperanza,… Estas palabras van unidas a una mezcla de todo eso. A unos sueños que la vida aún tiene la capacidad de cumplirlos o frustrarlos, como ya hizo con tantas esperanzas adolescentes. A unas imágenes, como las de esas tardes de verano leyendo “Corazón” a lágrima viva, o jugando a las canicas en un descampado de la calle con los amigos, cuando la libertad y las risas infantiles no se controlaban por un móvil o un miedo a la violencia que lo hipoteca todo. A un olor de azahar en primavera. A una vieja foto, que siempre tenía en mis pantalones porque me habían dicho que la gente que se va muy, muy lejos, sólo puede vivir en tu corazón mientras la recuerdes, y que si olvidas su cara desaparece por siempre. Cuántas tardes pasé observándola, arrugada y casi descolorida del roce de las manos y las lágrimas de incomprensión, cuánto lloré esos ojos antes de comprender que el recuerdo no estaba en la foto, que el amor no era el recuerdo y que el amor estaba ahí y nunca se iría. Esas palabras van unidas a risas, a esfuerzo por aprender, a la ilusión por ser algo, por demostrarlo, a tantos amigos que marcaron el camino, unos que están y otros que me gustaría que estuvieran, pero que el tiempo los perdió. Unos tal vez ni me recuerdan, como a mi también me ocurre, pero estas palabras periódicamente los renace, porque aunque no fueran los mejores amigos, ni los más simpáticos, ocurrentes o aventureros, fueron con los que compartí los días, los que grabaron cada escena en la memoria de mi vida con sus rasgos. Pero no asocio esas palabras a melancolía, no son el reducto donde depositar todo lo que quise y no pude. Son mucho más, porque siempre han abierto una ventana al verano, a todo lo que queda por aprender y por vivir, esa es su magia. Pero por encima de todo, esas palabras van asociadas a dos personas, a una madre con unos ojos llenos de ternura acariciando mi rostro con una mano, agarrándome fuerte con la otra (aún siento ese roce en mi mejilla); y a un padre, que iba a hacerme una foto en una calurosa mañana de domingo en la glorieta, mirándome fijamente a los ojos y diciéndome:”Con que quieres ser profesor de Historia”. Uno nunca sabe dónde le va a llevar la vida, pero es bueno saber de donde viene, y de vez en cuando, como esa mañana de septiembre en el Isaac Peral, regreso a esa glorieta, tomo fuerzas, respiro hondo y avanzo, porque sé que en algún lugar estas cosas importan.

Comienzo


Todo se inicia. Hay comienzos naturales, forzados, espontáneos, escondidos o abiertos. No sé cómo es éste. Quizás una mezcla de todos y ninguno a la vez. Sólo sé que surge de la necesidad, en ella me encuentro y de ella parto. Y le pongo un rostro, costa vasca agosto de 2007, viaje iniciático con la mejor compañía posible, la de las manos, los ojos y el abrazo sincero. Espero que sigan cerca siempre.