miércoles, 5 de enero de 2011

Saber mirar



Tristeza de mis manos,
demasiado graves para no abrir llagas,
demasiado ligeras para dejar huella.
Tristeza de mi boca,
que dice tus mismas palabras
-otras cosas entienden-
y este es el modo
de la lejanía más desesperada.
A. Pozzi

Me has pedido que te escriba. Con tu mirada siempre encontraste mis palabras, perdidas en hojas de cuartilla entre apuntes de estudio o en pequeños trozos de papel, abandonados en los bolsillos de pantalones que lavabas una vez tras otra.
Me has pedido que te escriba, en estos días que no nos gustan a ninguno de los dos. Quizás porque nos parecemos mucho, quizás porque no hemos dejado de mirarnos, sin decir nada, desde una niñez que ya no me recuerda.
Y he decidido escribirte, porque cuando hablamos casi siempre dejamos las cosas importantes a un lado, porque duelen y porque ya estamos cansados. Y he decidido escribirte a partir de tu mirada, porque entre todas las cosas que me enseñaste, y que más amo, se encuentra el cine y la literatura; porque, al inicio, lo que me enseñabas lo veía a través de tus ojos. Y es precisamente de la unión de cine y literatura que los dos nos emocionamos, cada uno a nuestra manera, con una frase que siempre asociaré a ti: saber mirar es saber amar.
Pocas veces me has dicho te quiero. Supongo que para alguien que ha tenido que ser padre y madre la mayor parte del tiempo, esas palabras serían un lujo del que no se podía disponer. Pero yo, que he vivido de las palabras, de las pequeñas emociones, sentí su ausencia. Por eso, con los años, me centré en tu mirada, crecí con ella, para adivinar en su intensidad, en su atención, en su caricia, qué sentías.
Los cuadros más reales de la vida son aquellos formados por las pequeñas cosas, aquellas que forman parte de ti, que te rodean a diario y que parecen no tener importancia. Y con tu mirada he aprendido que a veces la vida sabe a naranja, y otras a limón, que tiene una luz desnuda, suave, pero que a veces deslumbra, y eso te ciega; pero que si se la sabe mirar, amarla es fácil.
Y siempre he querido mirar. Mirar cómo lavabas la ropa, aspirando su aroma al tender; mirar cómo cocinabas los platos de la abuela, que nunca he aprendido a hacer; mirar cómo leías, al atardecer, en el pequeño sillón de casa o junto al mar. Hasta cuando he cerrado los ojos, me he sorprendido regresando a tu imagen, a tu caricia en mi rostro infantil, suspendida en el tiempo desde aquella tarde en el parque. Y siempre he querido mirar porque callaba tus silencios, hasta el silencio de aquello que no existe, y tenía miedo. Y tengo miedo. Y siempre he querido mirar porque me castigabas con la mirada, me perdonabas con la mirada, y, como descubrí aún sin darme cuenta, siempre me has amado con la mirada.
No he tenido el tiempo necesario para aprender todo lo que tengo que aprender, si es que hay un mínimo. No puedo evitar tener la sensación de que algo se me escapa entre los dedos en estos días tristes. Y tengo miedo, de no saber mirar, de no saber amar, de perder tu mirada.
Hoy soy una ventana abierta que escucha, y todo me ha traído hasta aquí, hasta estas palabras. Me has pedido que te escriba, y quizás no leas estas palabras nunca, aunque las esperas. Pienso en otra cosa que amamos los dos, que tú me enseñaste a mirar, el mar. Y, como siempre, cierro los ojos, y te miro, esperando, junto al mar, esperando.