martes, 15 de junio de 2010

Poema de la brújula rota


Ciertas tardes y noches y mañanas como ésta
desde un raro país donde todo es encuentro
donde los tilos huelen a regreso
y caminan dulces viejos con la barba
vuelve hacia mí el amor con lluvia y mariposas
y una pólvora rara que supera al tabaco
y un coñac de misterio que ha engañado a la víspera
y una brújula rota que orienta a la ceniza
y me lleva al lugar que ha olvidado a la luna
y el otoño es posible
y el autor es posible más allá de los credos.
Todo está bien ahora;
la luz, el heliótropo
el musgo que ha brotado entre los días.

Ciertas tardes y noches y mañanas como ésta, como dice Blaistein, se me acercan personas, unas más cercanas, otras menos, pero con una misma pregunta: ¿es una brújula lo que llevas al cuello?. Yo siempre sonrío, la acaricio con mi mano, y respondo: no quiero perder el norte. Lo que no digo, pero siempre recuerdo, es que esta pequeña brújula que me acompaña desde que se puso triste el alma de los mapas, es un regalo. Vino de Roma, hecha a mano, sellada y envuelta en polvere di tempo (aún guardo el paquetito), y llegó a través de una persona que ha caminado junto a mí largo tiempo, entre pasillos universitarios y tierra de excavación, entre hoteles y cansancio, entre dolores y sonrisas; ha caminado en el alma. Lo que no digo, pero siempre recuerdo, es que no perder el norte significa tenerla cerca, sentir sus palabras cuando me siento lejos; significa la unión de un sueño con la realidad, cuando pocos hay que se materialicen de esa forma; que basta una llamada de teléfono para que me alegre el día o coja el coche dirección a Alicante para que me abrace. Lo que no digo, pero siempre recuerdo, es que no perder el norte significa ese grupo de locos alicantinos (ahora más sanvicenteros) que adoro porque son familia, amicus optimus como me bautiza uno de ellos, que me secuestran para no perder el norte y encontrar siempre la alegría.
Ciertas tardes y noches y mañanas como ésta, desde un raro país donde todo es encuentro, celebro su existencia ante la persona que me pregunta por mi brújula. Y deseo, deseo no perder el norte…

domingo, 6 de junio de 2010

Peter encontró su sombra

Gracias a todos aquellos que me hicieron tan feliz,
sobre todo a Miguel y Rosa,
por tomarme de la mano y no soltarla,
y ese centenar de alumnos que en cada abrazo
me dio un mundo en el que querer vivir.

Hay días que conmueven, que son importantes en tu vida. Hay días que, por mucho que sepas de antemano que van a ser especiales, rompen todos los esquemas y te atrapan en un remolino de emociones. Hay días en que las ventanas abiertas no sólo invitan a salir a volar, sino a regresar a aquello que más quieres. Hay pocos días cómo el que sentí el pasado viernes 28 de mayo.
Ese día la madre de Peter le enseñó a volar sin Campanilla, a través de las lecciones que más importan, que son las de humanidad. Una madre sabe qué necesita su hijo, y aunque la incomunicación por la distancia en la edad y el tiempo lleve a pequeños desencuentros, y aunque las ideas sobre lo importante que es la magia y la ilusión en la vida tengan enfrentamientos de sofá y alcoba; ese día mi madre me dio la magia para volar. Y lo recordé con su fotografía en el bolsillo.
Ese día no estaba Wendy ni sus hermanos; pero sí personas capaces de leer en tu mirada y abrazarte en el momento justo, de enviarte un sms para sentirte cerquita o sonreírte entre las butacas del teatro; esos compañeros que da igual que compartan tu escenario de juegos y batallas o estén a cientos de kilómetros junto al mar. Especialmente dos corazones como soles que me han iluminado este año y que me robaron la tristeza para regalarme las alas para volar. Dos corazones a quiénes debo que durante horas residiera en el barrio de la alegría, y que en un tren de juguete y un sueño audiovisual tatuaran sus pasos hacia la felicidad. Y lo recordaré con nuestra imagen en un lienzo.
Ese día mis lágrimas crearon el océano de Nuncajamás; y un centenar de niños perdidos dejaron de serlo, porque se encontraron así mismos, y si en mi alma eran pájaros que volaban, en esas horas fueron más: el significante de mis manos y de mi mente, el sueño de lo que significa el trabajo y el esfuerzo, las risas y la compañía de casi cinco años de día a día. Fueron hilos que se entretejieron para materializar un abrazo perpetuo. Y lo recordaré en cada palabra que me ofrecieron.
Ese día no fui docente, ni inductor de deseo, ni persona. Fui un niño que encontró su sombra y no tuvo palabras para poder expresarlo. Ni las tengo.