viernes, 14 de mayo de 2010

Despedida



Llevo varias semanas que intento escribir y no puedo. Sé muy bien a qué se debe, pero, como hago con tantas cosas en mi vida, voy dejándolo de lado, escondiéndolo quizás, por no afrontarlo. Tengo una sensación de pérdida que me va ahogando poco a poco cada día, una pérdida que no es real, ni siquiera definida, pero que está ahí, en el sentimiento, alimentándose en cada clase que acabo o en cada mañana que abandono al instituto. Sé también que en ese sentimiento deposito más cosas, familiares, personales, triviales algunas, otras no. Y que todas se conjugan en un día de despedida.
Es difícil dejar paso a la razón, es hasta irracional querer parar el tiempo, y lo he intentado. He cerrado los ojos cientos de veces, repitiéndome lecciones de vida, minimizando frases hechas. Pero basta un cruce de miradas en el pasillo, una llamada a casa, un apunte en la libreta, una sonrisa sentada frente a mí, en la mesa, en el rincón de confesiones, para que me inunde de nuevo esa marea de pérdida, de despedida. Siempre sonrío, porque quiero hacerlo, porque me nace hacerlo, porque necesito hacerlo. Pero esta vez no me basta con la sonrisa, porque lo que necesito son unos brazos inmensos que me ayuden a abrazar a cien pájaros, que ya no son pajaritos blancos, en un abrazo que no les impida el vuelo ni les entristezca. Lo que necesito es una fuerza enorme que me de voz en la despedida, y un árbol que me dé sombra el día después. De nuevo, tengo miedo a la ausencia.