miércoles, 20 de enero de 2010

Regreso al mar

Regreso al mar, a la inocencia, a los sueños de cuando era niño. Cuando ser feliz era mucho más sencillo. No busco nada, o quizás mucho. Tan solo regresar.
Respiro, dejo que el sol acaricie mi rostro. Cierro los ojos, no hay tiempo, no hay obligaciones, ni tristeza, sólo respiración, y mar.
Cierro los ojos. Veo un niño corriendo por la arena, sonríe saltando al vaivén de las olas. Alza una mano, me da una mano. Mira al mar.
Respiro, huele a mar, yo soy mar, infancia, serenidad. Siento la brisa en mi cuerpo, los sueños cercanos; soy sonrisa y ojos iluminados. Soy mar, huelo a mar.
Todo queda lejos. Cierro los ojos, sobran las palabras. No quiero abrirlos, sólo respirar, y unirme al mar. Regreso. Es un camino conocido.

miércoles, 6 de enero de 2010

Por dar sentido

Desde hace tiempo, en mi familia apenas hay regalos de Reyes o Navidad. Las cosas de la vida han hecho que estas fechas no sean precisamente las más felices en la casa de mi madre. Durante los últimos años, siempre me he negado a esta tradición no escrita que ha acabado imponiéndose en los miembros de mi familia, y mi rebelión anual se concretaba en comprar regalos para todos. Mi madre siempre ha observado este acto con una sonrisa agradecida, quizás viendo en mí a ese niño mayor del que tanto hemos hablado, y pensando que al fin y al cabo yo escapaba de los recuerdos, quizás por no haberlos vivido tanto como ellos.
No es un secreto que últimamente estoy perdido, que cómo dicen en mi pueblo, no me encuentro, y que cualquier gesto de cariño propio o ajeno despierta en mí una sensibilidad extrema. Es por ello que hoy, cuando mi madre me ha dicho por segunda vez en estos días, que tenía ojos tristes, de nuevo me he quedado en silencio. Sé que les ha dicho a mis hermanos que tenían que regalarme algo, y anda preguntándome qué necesito. A pesar de querer olvidar olvidos, de recorrer recuerdos y ausencias, y de tomar conciencia de imposibilidades, no me he querido abandonar al qué necesito, sino a lo que tengo. Y ahora, que estoy escribiendo estas palabras, no dejan de caerme lágrimas en los ojos (ya sabéis que soy así de tontuno), porque este año he recibido un regalo inmenso, el más grande, el más especial. Un regalo que no tiene un nombre, sino muchos; que está hecho de abrazos fuertes, de besos, de manos sobre mi hombro, mi brazo y mi cintura; de conversación nocturna en un hotel; de chaquetas, pinocho y bufanda roja de flecos; de mensajes a cualquier hora; de hojas de árbol hechas a mano; de cds especiales; de chatarreros de honor; de risas aquí y a tres mil kilómetros en pleno Bósforo (donde vive un ángel que me cuida); de paseos abrazados, pese a la lluvia; de cercanía en la lejanía.
Hoy es un día de regalos, y, de corazón, me he sentido afortunado por tener ese regalo tan hermoso que sois vosotros. Perdonarme, por favor, porque sé que este regalo siempre lo he tenido, pero estos días lo estoy sintiendo tan cerca, lo necesito tanto, que me agarro a él. Gracias por darme la mano para andar por este camino y por estar ahí, por dar sentido.