domingo, 6 de junio de 2010

Peter encontró su sombra

Gracias a todos aquellos que me hicieron tan feliz,
sobre todo a Miguel y Rosa,
por tomarme de la mano y no soltarla,
y ese centenar de alumnos que en cada abrazo
me dio un mundo en el que querer vivir.

Hay días que conmueven, que son importantes en tu vida. Hay días que, por mucho que sepas de antemano que van a ser especiales, rompen todos los esquemas y te atrapan en un remolino de emociones. Hay días en que las ventanas abiertas no sólo invitan a salir a volar, sino a regresar a aquello que más quieres. Hay pocos días cómo el que sentí el pasado viernes 28 de mayo.
Ese día la madre de Peter le enseñó a volar sin Campanilla, a través de las lecciones que más importan, que son las de humanidad. Una madre sabe qué necesita su hijo, y aunque la incomunicación por la distancia en la edad y el tiempo lleve a pequeños desencuentros, y aunque las ideas sobre lo importante que es la magia y la ilusión en la vida tengan enfrentamientos de sofá y alcoba; ese día mi madre me dio la magia para volar. Y lo recordé con su fotografía en el bolsillo.
Ese día no estaba Wendy ni sus hermanos; pero sí personas capaces de leer en tu mirada y abrazarte en el momento justo, de enviarte un sms para sentirte cerquita o sonreírte entre las butacas del teatro; esos compañeros que da igual que compartan tu escenario de juegos y batallas o estén a cientos de kilómetros junto al mar. Especialmente dos corazones como soles que me han iluminado este año y que me robaron la tristeza para regalarme las alas para volar. Dos corazones a quiénes debo que durante horas residiera en el barrio de la alegría, y que en un tren de juguete y un sueño audiovisual tatuaran sus pasos hacia la felicidad. Y lo recordaré con nuestra imagen en un lienzo.
Ese día mis lágrimas crearon el océano de Nuncajamás; y un centenar de niños perdidos dejaron de serlo, porque se encontraron así mismos, y si en mi alma eran pájaros que volaban, en esas horas fueron más: el significante de mis manos y de mi mente, el sueño de lo que significa el trabajo y el esfuerzo, las risas y la compañía de casi cinco años de día a día. Fueron hilos que se entretejieron para materializar un abrazo perpetuo. Y lo recordaré en cada palabra que me ofrecieron.
Ese día no fui docente, ni inductor de deseo, ni persona. Fui un niño que encontró su sombra y no tuvo palabras para poder expresarlo. Ni las tengo.

1 comentario:

  1. Madre mía álvaro, sin palabras me has dejao tú a mí.. Así que cuando te vea te daré un abrazo enorme y te estrujaré enteretico a ver si se me pega algo del talento éste innato que tienes para hacer que se me pongan los pelos de punta cada vez que leo algo tuyo. A tus pies Peter Pan!!!

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