lunes, 1 de febrero de 2010

Una historia


A estaba sentado junto a su madre en los primeros asientos del vagón. Tenía siete años y el pelo moreno, tan corto que el remolino que tenía en la nuca era imposible de dominar. Su palidez y delgadez contrastaban graciosamente con unas mofletes regordetes y sonrosados que A odiaba, porque a su tío le encantaba pellizcarlos apenas le veía, como si fuera un chiquillo de tres años. Apenas había dejado de reír, ante el barullo que acaba de montar ese joven estudiante con gafas al caérsele la carpeta. Su madre, una señora de unos cuarenta y tantos años, le había reprendido con la mirada por reírse, y, acto seguido, A recordó que estaban de luto y que había cosas que, seguramente, no podrían hacerse. Mirando el mar, se dispuso a pensar qué cosas podría hacer, y qué cosas no, mientras su madre llevara el luto.

Le gustaba viajar en tren, y, sobre todo, mirar por esas ventanillas que además de observar el paisaje te permitían ver el interior del vagón. Así, además de mirar el mar pudo ver a su madre, que le observaba con ternura, un tanto arrepentida por haberle reprendido en una de las pocas ocasiones en que su hijo, últimamente, había podido reír con naturalidad. Su madre, una señora de pelo castaño, cuyos hermosos y bondadosos rasgos empezaban a ser invadidos por las arrugas, iba enteramente de luto, producto de su arraigada educación católica, pero igualmente por necesidad íntima: en verdad no le nacía vestirse de color tras la muerte de su marido. Se deslizó una lágrima por su mejilla, no por lo mucho que se habían amado, ni siquiera por los problemas derivados de la pensión o de los prodigios que a partir de entonces iba a tener que realizar para llevar un nivel de vida decente, sino porque su marido no iba a ver crecer a su hijo, ni su hijo tendría el cariño paterno. Sacaría fuerzas de dónde fuera, pero no crecería con falta de cariño. El tiempo le ayudaría.

A, en el cristal, vio la lágrima de su madre. Una congoja grande por ella inundó su pecho. La quería mucho, pero fue incapaz de darle un abrazo o coger su mano y apretársela. No sabía cómo comportarse en esos momentos. De pronto, sacó una foto de su padre y él cogidos de la mano, que desde hacía un tiempo guardaba en su pantalón. Con disimulo, para no alterar a su madre, la miró. Tenía la creencia de que si su padre vivía en su memoria nunca moriría de verdad, y la foto le ayudaba a tener presente su imagen, siempre cogidos de la mano, con su tacto cálido y el olor a colonia Varón Dandy. En esos momentos pensaba que mamá seria feliz cuando supiera que papá no había muerto, que vivía en él.

4 comentarios:

  1. Esta historia me estremece, mezcla de tristeza y esperanza, esos recuerdos nos hacen estar vivos. El modo en que has vivido tus experiencias te hacen ser más humano. Hay momentos en la vida que duelen y mucho (ya hemos hablado de esto tomando un café) pero hay que sentirse afortunado por haberlos tenido. Piensa que hay mucha gente que no tiene nada que contar "seres vacíos", les llamo yo.
    Tengo ganas de verte e intercambiar algunos de esos momentos contigo, ya sabes donde encontrarme, te estaré esperando.

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  2. Me parece que ese A protagonista de la historia que cuentas es una persona llena de amor y vida. Mucha vida. Pero también esperanza.
    En verdad no necesitamos mucho más que el cariño de los que amamos y sentirlos dentro de nosotros, por lejos que estén. Esa es la gran diferencia entre los seres superficiales o vacíos de los que habla arriba Mª José, y los que no lo son.
    Creo que saber leer una mirada, entender un abrazo o un silencio, la complicidad entre dos personas es mucho más intenso, más profundo que cualquier otra cosa. Y no todo el mundo tiene ese capacidad. Tú si, y lo has demostrado con creces. Ya sabes, al final lo que cuenta es lo vivido, de manera que embríagate de vida como diria Baudelaire! Un beso.

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  3. Como entiendo ahora esa sensación de la que hablas en la historia, y aunque las circunstancias son diferentes entre tu A y yo, sobre todo por el distinto calibre con el que una tragedia así marca a un niño y a un adulto, el sentimiento de pérdida, de no "volver" a ver a alguien a quien quieres es algo difícil de saber como afrontar: ¿será correcto que yo siga con mi vida como antes?, ¿será justo que intente ser feliz aunque él ya no esté?, etc. Estas son agonías propias de gente que como nosostros hemos perdido a un ser fundamental en nuestras vidas; pero yo cada día me repito lo mismo, ¿cómo alguien que me quería tanto va a querer que viva en un luto constante?. Esa es la cuestión querido amigo, la vida ya nos mandó un fuerte revés y no podemos estancarnos en sus consecuencias porque éstas acabarían por engullirnos.....la moraleja a todo esto sería como ese grito de guerra que tanto te gustó de mi "magic istanbul": Amar y ser amado, y por lo tanto vivir....; y en eso mi querido A, nosotros sí somos afortunados.

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  4. Con tu tierna historia nos hace darnos cuenta que hay sentimientos tan bonitos y profundos que por mucho que duelan nunca se olvidan, aunque pase el tiempo y por supuesto, ese niño ha sido incapaz de hacerlo. Pero recuerda que todavía el niño tiene mucho que darnos.

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