Hoy he estado en el cumpleaños de dos grandes amigos. Desde hace años, en mi vida, cumplir años se está convirtiendo en una celebración de la amistad y los buenos momentos. Algo que te hace sentir afortunado. El de hoy no podía ser menos, y hemos aprovechado para hacer lo de siempre, de una forma distinta: mofarnos los unos de los otros, comer y beber hasta hartarnos y echar de menos a los que no estaban por la distancia. Esto, que de por sí hace que esta noche duerma con una sonrisa tonta en la boca, también ha propiciado reflexiones de todo tipo. Pero me quedo con una. Quizás haya sido la primera. Además, en la intimidad de un café a dos bandas antes del alboroto.
Cuando alguien que te importa, de una forma totalmente lúcida, pese a sus circunstancias, es capaz de darte una lección sobre lo que es el amor. Cuando alguien a quien le importas, a pesar de que las cosas no le vayan bien, te sonríe y te hace ver lo que es “estar enamorado hasta las trancas”, uno (por no decir yo) confía. Confía en lo inesperado, en lo que puede suceder sin esperar, y en que esa confianza tiene sentido, que está contrastada en la sinceridad de alguien que te importa y a quien le importas.
Mi educación sentimental, para qué engañarme, no ha sido lo maravillosa (ni abundante en experiencias) que imaginé en mi adolescencia. Es más, la mayoría de ocasiones el amor, con lo rotunda que es la palabra, ha sido sinónimo de desilusión (que no frustración) y de inseguridad (por el traje de pequeño fracaso). Y los años han forjado en mí una perspectiva de no esperar nada y de intentar dejarme sorprender por lo que pueda ocurrir. Como es normal, y humano, en ocasiones no me creo nada de esta racionalidad, y soy el primero que construyo castillos en el aire y me inundo de ilusiones ante una mirada especial, un roce de manos o una cercanía sensible.
El caso es que estaba dejando de creer en la rotundidad de esa palabra, por mucho que en mi carácter ese pensamiento jugara a contracorriente. Y ese alguien que me importa, con la transparencia de sus palabras, me ha recordado lo hermoso que es amar y sentirse amado, aunque sólo sea un momento en tu vida. Suena a cliché, suena a canción repetida o a verso barato. Pero me da igual lo que suene a los demás. Hoy, para mí, sonaba a mil trompetas en el cielo, a cosquillas en el estómago, a querer ser mejor persona, a piel erizada y sonrojo. Hoy sonaba a ti, que me esperas en la esquina de los días que vienen, que quizás ya estás en mi vida. Hoy, gracias a alguien que me importa, me acuesto feliz, y eso es mucho más de lo que hago cualquier día.
Cuando alguien que te importa, de una forma totalmente lúcida, pese a sus circunstancias, es capaz de darte una lección sobre lo que es el amor. Cuando alguien a quien le importas, a pesar de que las cosas no le vayan bien, te sonríe y te hace ver lo que es “estar enamorado hasta las trancas”, uno (por no decir yo) confía. Confía en lo inesperado, en lo que puede suceder sin esperar, y en que esa confianza tiene sentido, que está contrastada en la sinceridad de alguien que te importa y a quien le importas.
Mi educación sentimental, para qué engañarme, no ha sido lo maravillosa (ni abundante en experiencias) que imaginé en mi adolescencia. Es más, la mayoría de ocasiones el amor, con lo rotunda que es la palabra, ha sido sinónimo de desilusión (que no frustración) y de inseguridad (por el traje de pequeño fracaso). Y los años han forjado en mí una perspectiva de no esperar nada y de intentar dejarme sorprender por lo que pueda ocurrir. Como es normal, y humano, en ocasiones no me creo nada de esta racionalidad, y soy el primero que construyo castillos en el aire y me inundo de ilusiones ante una mirada especial, un roce de manos o una cercanía sensible.
El caso es que estaba dejando de creer en la rotundidad de esa palabra, por mucho que en mi carácter ese pensamiento jugara a contracorriente. Y ese alguien que me importa, con la transparencia de sus palabras, me ha recordado lo hermoso que es amar y sentirse amado, aunque sólo sea un momento en tu vida. Suena a cliché, suena a canción repetida o a verso barato. Pero me da igual lo que suene a los demás. Hoy, para mí, sonaba a mil trompetas en el cielo, a cosquillas en el estómago, a querer ser mejor persona, a piel erizada y sonrojo. Hoy sonaba a ti, que me esperas en la esquina de los días que vienen, que quizás ya estás en mi vida. Hoy, gracias a alguien que me importa, me acuesto feliz, y eso es mucho más de lo que hago cualquier día.
Mi piel acaba de erizarse de la misma forma que la tuya ayer al leer tus reflexiones....¿De verdad lo crees, de verdad vale la pena tener todavía esa esperanza en el amor?. Dime que sí Álvaro, dime que sí porque quizá sea yo ahora quien duda...
ResponderEliminarAyer, sin saberlo, nos reunimos los tres otra vez más, y esa dura sinceridad que me caracteriza veo que ha hecho mella. Buen tema, lo volveremos a tratar pronto, mientras nos tomamos un té.
ResponderEliminarBonita reflexión, como todo lo que escribes, con una profundidad desbordante, donde se puede ver, sentir, percibir...la otra cara de la luna. El amor vale la pena pero siempre hay dudas que no se pueden evitar. Julia, no dudes nunca, lucha por ello!
ResponderEliminarUna de esas conversaciones también me vendría bien a mi, que hace tiempo que me he acomodado, no sé si queriendo o por fuerza, en un estar sola y a la espera, pero sin esperar nada.
ResponderEliminar¿Para cuándo ese té?
Julia, no sólo te digo SI, con mayúsculas y sentido, sino que ambos sabemos que la esperanza en el amor ayuda a vivir, hasta en los momentos más duros. Eso merece la pena, más contigo cerca.
ResponderEliminarManzi, todo lo que haces deja huella, ya lo sabes (a veces, un surco bien profundo).
ResponderEliminarHelena, la duda en el amor es necesaria, ayuda a comprenderse uno mismo (qué te voy a decir corazón), sobre todo cuando olvida comodidades y refuerza proyectos de vida.
Bea, en muchas cosas sabes que eres alma gemela, pero recuerda que en tu "espera sin esperar nada" (qué bien lo defines!!) estás multiplicando vivencias; y en ese té prometido nos va a faltar tiempo. Bs.