A Rosa y Miguel, por hacer sueños realidad
Había frío, en una mañana de nieve y silencios, en la que un niño mayor fotografiaba la alegría ajena, quizás para atrapar migajas.
Había un viaje, con nieve en la carretera y encogimiento de corazón, donde la mirada comprensiva del chófer, una media sonrisa de ánimo al captar lágrimas que escapaban de los ojos del niño mayor, ayudó a mantener la compostura.
Había compañeros de viaje, perdidos en edades y descubrimientos, en querencias y proyectos.
Había un destino, una ciudad inundada, cargada de simbolismos y anhelos. Una ciudad perseguida por el tiempo y el mar, que esperaba, como siempre, cumplir algún sueño.
Había un paseo por la ciudad, con hechizo de cuento, en la que la nieve mutó en sol, el frío en risas, los dedos congelados en calcetas y guantes y donde los techos de las cafeterías eran sujetadores de colores.
Había una pareja de compañeros, que saltaron en el aire, contaron los copos en su rostro, agarraron de la mano al niño mayor, y con regalos de máscaras cumplieron sus deseos con sonrisas de ilusión.
Había una compañera, que iluminó la tarde con un sueño sobre canales, y que con una mano sobre el agua le robó al tiempo media hora para regalársela a sus dos amigos. Nunca los rayos del sol sobre la ciudad se reflejaron mejor, que en ese momento.
Había un compañero, que emocionó la tarde ante dos capuccinos y un chocolate, que secuestró una querida melodía a piano y se las brindó a sus dos compañeros. Nunca sonó mejor la ciudad, que en ese momento.
Había dos compañeros, uno titiritero escondido, que al anochecer le hicieron el mejor regalo: la historia de un pequeño pinocho, marioneta de la vida, en busca de la felicidad, bajo la luz tenue de un cuarto de hotel, con las cortinas como escenario y Somewhere over the rainbow como banda sonora. Nunca sentirán las paredes del hotel mayor abrazo, ni más sentido, que en ese momento.
Había un niño mayor, que inició el día con lágrimas de tristeza, y que, agarrado a un pequeño pinocho, en la noche robó estrellas, danzó en la nieve e inundó su rostro de lágrimas de felicidad. Nunca sentiría menos la soledad, que en ese momento.
Había un viaje, con nieve en la carretera y encogimiento de corazón, donde la mirada comprensiva del chófer, una media sonrisa de ánimo al captar lágrimas que escapaban de los ojos del niño mayor, ayudó a mantener la compostura.
Había compañeros de viaje, perdidos en edades y descubrimientos, en querencias y proyectos.
Había un destino, una ciudad inundada, cargada de simbolismos y anhelos. Una ciudad perseguida por el tiempo y el mar, que esperaba, como siempre, cumplir algún sueño.
Había un paseo por la ciudad, con hechizo de cuento, en la que la nieve mutó en sol, el frío en risas, los dedos congelados en calcetas y guantes y donde los techos de las cafeterías eran sujetadores de colores.
Había una pareja de compañeros, que saltaron en el aire, contaron los copos en su rostro, agarraron de la mano al niño mayor, y con regalos de máscaras cumplieron sus deseos con sonrisas de ilusión.
Había una compañera, que iluminó la tarde con un sueño sobre canales, y que con una mano sobre el agua le robó al tiempo media hora para regalársela a sus dos amigos. Nunca los rayos del sol sobre la ciudad se reflejaron mejor, que en ese momento.
Había un compañero, que emocionó la tarde ante dos capuccinos y un chocolate, que secuestró una querida melodía a piano y se las brindó a sus dos compañeros. Nunca sonó mejor la ciudad, que en ese momento.
Había dos compañeros, uno titiritero escondido, que al anochecer le hicieron el mejor regalo: la historia de un pequeño pinocho, marioneta de la vida, en busca de la felicidad, bajo la luz tenue de un cuarto de hotel, con las cortinas como escenario y Somewhere over the rainbow como banda sonora. Nunca sentirán las paredes del hotel mayor abrazo, ni más sentido, que en ese momento.
Había un niño mayor, que inició el día con lágrimas de tristeza, y que, agarrado a un pequeño pinocho, en la noche robó estrellas, danzó en la nieve e inundó su rostro de lágrimas de felicidad. Nunca sentiría menos la soledad, que en ese momento.
No hubo final de historia, ni la habrá. No se le puede poner fin a una amistad verdadera, tan sólo palabras de agradecimiento. Guardo ese pequeño pinocho en el rincón de mis tesoros, y me abandono en su historia como reflejo de todo lo bueno que me queda por vivir.
Espero que ese niño mayor no deje de robar estrellas cada noche.
ResponderEliminarQue chulo Alvaricoque!! Me ha encantado y me ha hecho recordar muchos momentos del viaje. Muchas gracias por lo que escribes, es realmente bonito, es la historia de un GRAN pinocho!!!
ResponderEliminarGracias a tí Rosa, muchas veces las palabras no bastan para agradecer tanto.
ResponderEliminarBea, lo intentaré, más teniendote cerca