No había vuelto a recordar esas palabras desde hace años. Sin embargo lo hice en septiembre cuando entré por primera vez en el Isaac Peral. Ese día tuve conciencia de que había pasado mucho tiempo, quizás demasiado. Hay palabras que para mí siempre van acompañadas de algo más: sentimiento, imágenes, olores, esperanza,… Estas palabras van unidas a una mezcla de todo eso. A unos sueños que la vida aún tiene la capacidad de cumplirlos o frustrarlos, como ya hizo con tantas esperanzas adolescentes. A unas imágenes, como las de esas tardes de verano leyendo “Corazón” a lágrima viva, o jugando a las canicas en un descampado de la calle con los amigos, cuando la libertad y las risas infantiles no se controlaban por un móvil o un miedo a la violencia que lo hipoteca todo. A un olor de azahar en primavera. A una vieja foto, que siempre tenía en mis pantalones porque me habían dicho que la gente que se va muy, muy lejos, sólo puede vivir en tu corazón mientras la recuerdes, y que si olvidas su cara desaparece por siempre. Cuántas tardes pasé observándola, arrugada y casi descolorida del roce de las manos y las lágrimas de incomprensión, cuánto lloré esos ojos antes de comprender que el recuerdo no estaba en la foto, que el amor no era el recuerdo y que el amor estaba ahí y nunca se iría. Esas palabras van unidas a risas, a esfuerzo por aprender, a la ilusión por ser algo, por demostrarlo, a tantos amigos que marcaron el camino, unos que están y otros que me gustaría que estuvieran, pero que el tiempo los perdió. Unos tal vez ni me recuerdan, como a mi también me ocurre, pero estas palabras periódicamente los renace, porque aunque no fueran los mejores amigos, ni los más simpáticos, ocurrentes o aventureros, fueron con los que compartí los días, los que grabaron cada escena en la memoria de mi vida con sus rasgos. Pero no asocio esas palabras a melancolía, no son el reducto donde depositar todo lo que quise y no pude. Son mucho más, porque siempre han abierto una ventana al verano, a todo lo que queda por aprender y por vivir, esa es su magia. Pero por encima de todo, esas palabras van asociadas a dos personas, a una madre con unos ojos llenos de ternura acariciando mi rostro con una mano, agarrándome fuerte con la otra (aún siento ese roce en mi mejilla); y a un padre, que iba a hacerme una foto en una calurosa mañana de domingo en la glorieta, mirándome fijamente a los ojos y diciéndome:”Con que quieres ser profesor de Historia”. Uno nunca sabe dónde le va a llevar la vida, pero es bueno saber de donde viene, y de vez en cuando, como esa mañana de septiembre en el Isaac Peral, regreso a esa glorieta, tomo fuerzas, respiro hondo y avanzo, porque sé que en algún lugar estas cosas importan.
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¿Recuerdas la historia de la serpiente de Torre Leandro?, pues este era tu destino, ser uno de los mejores "profesores de Historia" que conozco....
ResponderEliminarMi querida Juli, no bastan los días de una vida para darte gracias por tantas cosas...
ResponderEliminarLa verdad es que tus palabras SIEMPRE tienen la capacidad de emocionar y llegar a lo más profundo. Todo llega, hasta lo más inesperado pero el trayecto es lo que importa como dijo Kavafis. Ánimo con este nuevo proyecto, cuantos van ya? Te sigo y resigo...como siempre, pero ahora más.
ResponderEliminarGracias por recordame a Kavafis, una pasión común. Hemos de perseguir nuestra Ítaca personal, y en todo trayecto siempre te necesito (a tí y tus palabras). Bs Helena
ResponderEliminarMe ha emocionado mucho y me he hecho recordar todas esas personas que quiero tanto pero que las tengo en la distancia y nunca olvidaré por esos momentos que pasamos tan maravillosos e inolvidables. Que idea tan genial has tenido.
ResponderEliminarMª Carmen, siempre he sido de la idea de que en el corazón no hay distancias ni tiempos; sigue recordándolas
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