Anoche se me ha perdido
en la arena de la playa
un recuerdo
dorado, viejo y menudo
como un granito de arena.
¡Paciencia! La noche es corta.
Iré a buscarlo mañana...
Pero tengo miedo de esos
remolinos nocherniegos
que se llevan en su grupa
—¡Dios sabe adónde!— la arena
menudita de la playa.
No es extraña la sensación de identificarse en sueños y palabras, en poemas o en escenas cotidianas que encuentras en el parque de la esquina (y en las que, en ocasiones, te gustaría formar parte). Esta misma tarde leía estos versos de Pedro Salinas y a cada palabra dejaba de ser su voz para convertirse en la mía. Es un camino fácil encontrar sentido en palabras ajenas, sobre todo si así evitas tener que construir las tuyas propias, más cuándo te exige parar y analizar. Y los análisis descubren cosas.
En una conversación de este fin de semana, en un reencuentro de amigos, que es donde mejor se habla, y donde más te sinceras, hablé de mí. Lo hice de una forma desnuda, mirando a los ojos, y hablé de miedos, del miedo que tengo ahora. De cómo soy feliz acercándome a la gente que quiero, de cómo voy exprimiendo cada conversación y cada vivencia para construir recuerdos, historias para mi pinocho, que me den la fuerza cuando esté solo en esa marea emocional que nos inunda de vez en cuando. De cómo tengo miedo, como Salinas, de esos remolinos nocherniegos que se lo llevan todo, la arena de playa y las olas de mar. De cómo voy construyendo una vida con ventanas abiertas, con confianza en mañanas que empiezan y no acaban. De cómo soy feliz mientras haya lo que hubo ayer, lo que hay hoy, lo que venga. Y del miedo a perderlo, a que no haya. A que no estéis.
Salinas también me ha recordado el camino para perder el miedo. Que no rechace los sueños por ser sueños, que todos los sueños pueden ser realidad, si el sueño no se acaba. Que soñar es el modo que el alma tiene para que nunca se le escape lo que se escaparía si dejamos de soñar que es verdad lo que no existe.
Así voy a combatir el miedo, con sueños, porque sólo muere algo que ha dejado de soñarse. Y mi sueño es que no nos perdamos, que estéis cerca, que voléis conmigo a pesar de la distancia y del tiempo, que sigamos creando vínculos. Sé que suena a inocente, pero permitidme ese sueño.
en la arena de la playa
un recuerdo
dorado, viejo y menudo
como un granito de arena.
¡Paciencia! La noche es corta.
Iré a buscarlo mañana...
Pero tengo miedo de esos
remolinos nocherniegos
que se llevan en su grupa
—¡Dios sabe adónde!— la arena
menudita de la playa.
No es extraña la sensación de identificarse en sueños y palabras, en poemas o en escenas cotidianas que encuentras en el parque de la esquina (y en las que, en ocasiones, te gustaría formar parte). Esta misma tarde leía estos versos de Pedro Salinas y a cada palabra dejaba de ser su voz para convertirse en la mía. Es un camino fácil encontrar sentido en palabras ajenas, sobre todo si así evitas tener que construir las tuyas propias, más cuándo te exige parar y analizar. Y los análisis descubren cosas.
En una conversación de este fin de semana, en un reencuentro de amigos, que es donde mejor se habla, y donde más te sinceras, hablé de mí. Lo hice de una forma desnuda, mirando a los ojos, y hablé de miedos, del miedo que tengo ahora. De cómo soy feliz acercándome a la gente que quiero, de cómo voy exprimiendo cada conversación y cada vivencia para construir recuerdos, historias para mi pinocho, que me den la fuerza cuando esté solo en esa marea emocional que nos inunda de vez en cuando. De cómo tengo miedo, como Salinas, de esos remolinos nocherniegos que se lo llevan todo, la arena de playa y las olas de mar. De cómo voy construyendo una vida con ventanas abiertas, con confianza en mañanas que empiezan y no acaban. De cómo soy feliz mientras haya lo que hubo ayer, lo que hay hoy, lo que venga. Y del miedo a perderlo, a que no haya. A que no estéis.
Salinas también me ha recordado el camino para perder el miedo. Que no rechace los sueños por ser sueños, que todos los sueños pueden ser realidad, si el sueño no se acaba. Que soñar es el modo que el alma tiene para que nunca se le escape lo que se escaparía si dejamos de soñar que es verdad lo que no existe.
Así voy a combatir el miedo, con sueños, porque sólo muere algo que ha dejado de soñarse. Y mi sueño es que no nos perdamos, que estéis cerca, que voléis conmigo a pesar de la distancia y del tiempo, que sigamos creando vínculos. Sé que suena a inocente, pero permitidme ese sueño.
Es cierto: “Para la verdadera amistad no hay distancia en el camino, tampoco lejanía en el tiempo porque perdura a pesar de todo y todos”. La amistad es un gran tesoro que hay que cuidar y mimar, regar cuando necesite un poquito de agua porque puede llegar a secarse y son los buenos momentos los que alimentan tu vida. No hay vida feliz sino muchos momentos felices que llenan tu vida, que los compartes con las personas a las que más quieres.
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