martes, 23 de diciembre de 2014

El mar



Estos últimos días, ha sido ver vuestros ojos y naufragar en un mar de emociones. De la ansiedad por los exámenes al miedo a la partida, de la alegría por el título a la incertidumbre del ahora qué; de la pesadilla de septiembre y la selectividad a la ilusión por este momento, el de la Graduación. Y quiero que sepáis que nosotros, vuestro profesores, también hemos sentido lo mismo, ese vértigo, ese intentar orientarse con una brújula rota.
Hemos hablado con miradas, con promesas, con palabras escritas en pequeños trozos de papel, para, a pesar de esa brújula rota, no perdernos en este día, en esa palabra que suena a despedida. Y la verdad es que no es fácil, sobre todo cuando uno cierra los ojos y ve con el corazón el camino que iniciasteis en la ESO o en primero de Bachillerato, cuando se suceden cientos de recuerdos que nos trae a la mente lo que significa todo este camino, vuestra educación.
Ya os dije hace unos días qué era este camino de la educación, ser, ante todo, compañeros. Compañeros en el aprendizaje, en el estudio, en las emociones. Compañeros, sí, porque eso siempre ha sido para muchos de nosotros la función del profesor, alguien que sepa acompañar a los alumnos en el proceso de descubrir el mundo. Sería mentir decir que el proceso es fácil. En una realidad tan complicada como la que nos toca vivir no es fácil nada, y el intentar despertar en el alumno la felicidad de la educación y la motivación por el conocimiento participa del mismo proceso de dificultad. Por eso, nos gustaría pediros disculpas si no nos hemos puesto en vuestro lugar, si hemos pasado con indeferencia ante alguno de vuestros problemas o no hemos conseguido ayudaros. Si no hemos conseguido encontrar el tipo de motivación que os convenía. Mi tarea, y la de vuestros profesores, siempre ha sido facilitaros ese camino, ayudaros a encontrar vuestro objetivo. Os lo dije con el corazón abierto, y por eso hoy, en este momento, quería recordároslo y compartir con vuestros compañeros el mismo mensaje de cómo sentimos este camino.
Y dejarme también que comparta la historia del maestro. Hace poco conocí la historia de Antoni Benaiges, un maestro que murió en la guerra civil, y que una tarde de 1934 llegó a una pequeña escuela de un pueblo perdido en el medio de Burgos. Lo hizo sin más equipaje que su maleta llena de libros y una imprenta para instalar en la escuela, que él mismo había pagado. A través de la auto-publicación de pequeños cuadernillos, los niños del pueblo encontraron una ventana hacia un mundo nuevo, hacia un futuro. Con ellos se comunicaban con otras escuelas de España, con las que intercambiaban estos cuadernos. En el último cuaderno que imprimieron, titulado El Mar, los alumnos describían el mar como algo desconocido, enorme y cargado de fantasías. Algo que muchos estaban convencidos que jamás conocerían. Pero Antoni quiso sembrar en ellos la esperanza del conocimiento, y los estimuló prometiéndoles que les llevaría al mar. Por eso se le conoce como “el maestro que prometió el mar”. La guerra hizo que se convirtiera en la historia de una promesa incumplida.
Todo lo que queda de Antoni Benaiges se conserva en una caja de cartón. Es poco tras ochenta años. Unas fotos en blanco y negro y unos cuadernos antiguos impresos de forma rudimentaria que la familia guarda desde hace muchos años. Pero si uno se detiene y observa esos cuadernillos, toma conciencia de que su legado fue mucho más grande: las esperanzas y el deseo por conocer de un grupo de niños a los que se les prometió el mar.
Quizás ya no observemos por los ventanales de la escuela cómo sale la cantinela de la tabla de multiplicar, con la lluvia en los cristales, según los versos de Machado. Quizás ya no lleguen niños a la escuela municipal en invierno atravesando el campo a pie bajo la nevada, y en el aula con un dedo lleno de sabañones señalen en el atlas abierto mares e islas, que a buen seguro nunca podrían navegar. Quizás nos engañemos y no veamos jugar en un descampado en las afueras del pueblo a ese niño con otros golfillos, sin más horizonte que el de permanecer allí el resto de su vida.
Quizás. Pero vosotros me recordáis a esos niños, porque he visto a lo largo de este curso, y en muchos de vosotros durante seis años, el sueño de lograr un objetivo. No podemos prometeros el mar, vosotros ya lo conocéis, pero sí prometeros que a través del esfuerzo, el compromiso, el respeto y la libertad se puede llegar a donde uno quiera, sin límites. Y que sé, porque así me lo dice el corazón, que vosotros no tenéis límites.
Ahora os veo aquí, junto a nosotros, percibiendo cómo junto al camino de la educación se ha desarrollado el compromiso del crecimiento. Cómo esperáis, con ilusión e incertidumbre, abrir las puertas del mundo de los adultos, pero sin abandonar aún la inocencia de los sueños de la infancia y la adolescencia. Y espero que no abandonéis esos sueños jamás, que sigáis manteniéndolos vivos, pese a las piedras que obstaculicen el nuevo camino. Porque si los mantenéis vivos, mucho del esfuerzo de estos años tendrá sentido. Porque si los mantenéis vivos, será el mejor regalo que podréis hacer a varias generaciones de maestros y maestras, de profesores y profesoras, que lucharon por una enseñanza pública, solidaria, que os hiciera libres. Que lucharon, como luchamos nosotros, para lograr una enseñanza que no se dirija a un niño privilegiado sino al niño único, a ese niño que en el fondo son todos los niños, al margen de su sexo, clase, raza, religión o capacidad. Porque educar no es pediros que renunciéis a vuestros deseos y sueños, sino ayudaros a conciliar esos deseos con los deseos de los demás. Recordaros que no tenéis límites, y que a veces soñar es necesario, más necesario incluso que ver.

No puedo terminar sin decir que hemos disfrutado enormemente con vosotros. Que si educar es dar vida, nos habéis hecho vivir, y eso es un regalo precioso que nos habéis otorgado. Sois el mejor ejemplo de que el derecho a la educación no sólo es un derecho que hay que conseguir sino que también es necesario conservar, y que la defensa de una escuela pública, de calidad e inspirada en la igualdad, con vosotros cobra su pleno sentido.
A pesar de esta brújula rota que hoy no nos deja orientarnos, tenéis, tras esas puertas, todo un mundo que descubrir. Aventuraros sin miedo, nuevos amigos os esperan, nuevos profesores os guiarán, y vuestros padres siempre os ayudarán en el camino. No os prometemos el mar que conocéis, pero si el mar de Benaiges: el limpio mar de un hombre llamado Ulises, el mar que surcó Marco Polo para asombrarse ante las maravillas de otra tierra; el mar de los vikingos, de los fenicios. El de Eric el Rojo y el Corsario Negro, el mar que oculta misterios, desde las monedas de la Mercedes a la cura de las enfermedades. El mar, muchachos, que vais a ver al cerrar los ojos, el mar en el que vais a tener la ocasión de ser lo que queráis. El mar de la libertad. Y cuando estéis agotados, tengáis miedo o dudas, recordar que antes que vosotros también hubo otros con miedo. Que nosotros también tenemos miedo y dudas. Recordar con alegría los buenos momentos, no borréis la sonrisa de vuestro rostro. Y tener presente siempre que aquí estamos, que somos vuestros amigos, para lo que necesitéis. Y, sobre todo, recordar que el mar puede ser el lugar más hermoso del mundo.

Os quiero chicos, y os echaré mucho de menos.

ÁLVARO