viernes, 2 de marzo de 2012

Zapatos




     Se agachó. Le costaba ponerse los zapatos. Con un gran esfuerzo lo intentó una vez más. No pudo, estaba cansada. Y desconcertada. Alguien los había guardado en una vieja caja polvorienta, al fondo del armario y tras decenas de pares de zapatos de señora mayor. No entendía por qué tanto esfuerzo en ocultar su calzado escolar. Así, desde luego, no podría llegar a tiempo al colegio, y menudo humor se gastaban las monjas con aquellas alumnas que se retrasaban. Además, tampoco encontraba su uniforme, la ropa del armario le era extraña. Aún no había intentado recordar qué necesitaba exactamente para el colegio, y seguía cansada, desconcertada. Se decidió por una camisa blanca, pero apenas pudo abrochársela. Un par de golpes en la puerta distrajeron su atención: “mamá, ven a desayunar”. Confusa, sintió un pequeño estremecimiento. Dirigió su vista hacia el espejo, y su imagen, agrietada, le hizo comprender. “Enseguida voy, hijo”, respondió mientras borraba una pequeña lágrima de su rostro.